Esa deformidad

No podrías saber cómo fue verte la primera vez, a menos que me preguntaras. Yo digo que tímida, vos decís que no, que como quien no quiere la cosa deslicé un beso por tu cuello y yo me tengo que esforzar para visualizarlo. Vos no podrías saber todas las cosas que pensé y despensé en ese instante, tenía las ganas rodeadas de claridad y sólo preguntas en la posibilidad de que fueras el rayo. Hoy pienso yo que el amor es una deformidad, en su sentido más etimológico. Nos aleja de la forma propia, nos pone en riesgo porque acerca una nueva, que en este caso es la tuya, que a veces ignoro y tengo que aprender mientras vos aprendés la mía, también sumida en la ignorancia. Pero tenés que querer aprenderte la mía, tenés que quererlo y tenés que convencerme de querer hacerlo. Parece un giro de trescientos sesenta grados pero es más bien una cinta de Moebius, creo, como el amor.

Ustedes

Hay tipos de cielos que me envuelven en nostalgias antes desconocidas. Por ejemplo el cielo de nubes indiferentes a la súplica del viento, que se aferran de algún lado y no parecen dispuestas a ceder ni un centímetro, bien blancas, formadas de algo que casi parecería algodón aunque me quiera convencer de lo imposible de esa idea. No puede ser que no puedan tocarse, tenerlas entre las manos, descubrirles formas. Vos y esas nubes.

El incendio

No podemos sólo las canciones y los poemas porque correríamos el riesgo de ser también la novela, esa que algún día cumpliría cincuenta años y le arruinaría la vida a una generación entera porque amores así no existen y menos mal. Pero mientras tanto, la inocencia y ternura de los niños que hablan como poetas, las canciones en trescuartos y bombo legüero y si canta Chavela, mejor. Yo te acaricio la espalda. El incendio nos hace justicia.


Mapas

Todavía me cuesta olvidar el nombre de ciertas calles y eso me recuerda que seguramente vivís en el mismo lugar de siempre. Decir siempre es irreal, una falacia en sí misma y una palabra creada para hablar de la mentira no es una palabra digna. Los mapas mentales son también mentirosos, las líneas trazadas. Bueno, es difícil de explicar. Y si hablamos de mentiras, recordar. Yo también recuerdo por metro, los metros que tenía que cruzar para encontrarme con tu mirada del otro lado de la barra, sonriendo, vos y tu mirada, a la espera, conviviendo en algo pactado en silencio, con conjuros y evocaciones. Yo también sonriendo. Y los Beatles en sábados de sol e invierno, vos cantando todavía con pudor y yo intentando quitártelo como a la ropa. Qué puedo decir ahora que no haya dicho antes. Todo. Nada de lo que debía decir salió de mi boca a tiempo, me había desacostumbrado a algunas verdades. Tan idéntico a mí, tan odioso que así fuera. Tengo instantes gélidos, momentos de lucidez espeluznante en los que necesito volver a recorrer el mapa, seguir llorando ciertas calles, besar este amor que no cicatrizó.

Imperturbable

          Alguna vez hace muchos años en las épocas de miamor y testraño, teníamos una convicción infranqueable, éramos algo que todavía sabía jugar sin daños colaterales ni adeudos impensados, con riesgo de algún que otro disco o poemario escurriendo alcohol y olvido. Podrás creer que así empezó todo, así, evocándote una noche solitaria, casi sobre esta misma alfombra, con una computadora, con otra tristeza de labios recientes, qué insania que los besos nunca dejen de ser recientes, una noche como ésta sin saber mucho de nada y nada de todo, más ajena a mí, tan diferente a hoy adueñada de esta piel y esta temperatura, señora de cada madriguera donde he disfrutado esconderme durante tantos años, cuevas funcionales desde donde te dibujé con pulso firme y aliento nuevo, cada vez. Pánico describe lo impensable de volver a miamorarnos y testrañarnos, ya no podemos nada sin daños a terceros ni desnudar la insolvencia, estamos en punto muerto, el gesto magro es celebrarte poco más de cuatro años después de que me dieras razones para bautizar una buhardilla saturada de morriña, rendida a la melancolía. Acá descubrí todo de mí, lo atávico y lo quebradizo, que ser alguien más podía toparme con la manera de ser más yo que nunca, descrubrir pacientemente el pulso, no temerle al buen tino, desarmar las trincheras de embuste y abrazarme desnuda en el espejo, fiel como jamás e incapaz de traicionarme. De manera imperturbable. Si te lo debo, te pago con todo mi amor, aquel que nunca más volveré a reconocerte cara a cara.

Como si nada

         Con esas cosas no se juega. Se es o no se es dijo uno una vez, lo dijo como al pasar pero nos quedamos todos enganchados de eso,  agazapados en la duda de ser o no ser con la fatal consciencia de que esa es la cuestión. Entonces, entenderás que no pude hacer caso omiso a tu declaración, un comentario que muchos podrían considerar insignificamente inofensivo y otros, altamente peligroso. Yo estoy dentro del segundo grupo y me resulta muy sospechoso que no lo sospecharas. Develaste aquello que no debías en el peor de los momentos, a mi segunda copa, a tu sexto sorbo, a la quinta canción del segundo disco, a la hora de enamorarse. Como si nada, como si hablar de Waits, Alice in chains y lo mal que sonaba la guitarra de Carl Barat hasta que el sonidista se acordó de subirla, no hubiese sido suficiente, como si no hubieses sabido que esas no son cosas de las que hablan los civiles por lo general, y así, entre la luz tenue y las guitarras de Mayer inundando el living deslizaste que preferías el bajo tocado con púa antes que con dedos y yo abriendo los ojos bien grandes sin poder dar crédito a lo que escuchaban mis oídos y vos acomodándote el pelo porque nada había sucedido realmente y creo que nunca entendiste la dimensión de lo que acababas de hacer hasta que preguntaste qué y yo te respondí con otro qué y vos qué de qué y yo me agarré la cabeza y entonces necesitaste que te contara que eso que acababas de declarar no era tan común como pensabas y, en definitiva, hay cosas con las que no se juega y se es... o no se es.

Cuentas

          Mientras veo los dados desparramados por el piso, porque ni fuerzas tuve para levantarlos, revivo todos tus suspiros y la revuelta de sábanas. Es bueno haber llegado a un momento donde toda explicación sobra, no hace falta siquiera preguntarse por qué vos té de jengibre y yo vino tinto o si Tom Petty entendió todo antes que nadie y nos encendió finalmente levantando la bandera para lo que tuviera que ser. Los revisionismos al caso son completamente inútiles. Qué importa si podría haber estirado más la conversación apalabrada antes de iniciar la epidérmica, si nos importa eso estaremos perdiendo el foco de lo verdaderamente central en este asunto que es: toda explicación sobra. Hablo de elucubrar, esas cavilaciones innecesarias que rozan con las ganas de irse a dormir hasta que terminemos con el esfuerzo de dejar el debe y el haber en cero. La piel no funciona de esa manera, nunca se debe y nunca se nos debe, o al menos no convendría dejar deudas sin saldar en ninguna dirección. Sigamos así mientras podamos, los balances no aplican, la piel no pide cuentas.

Maldita Retórica

          Tengo millares de discursos estéticos, filosóficos y algunos inclasificables, pero cuando camino sola por Calle Corrientes, por ejemplo, me llamo al silencio porque ya no encuentro excusas. Tengo el corazón en tu diván. O mejor dicho, enreverado de palabras y en tu diván. No se puede vivir sin enamorarse. ¿Se puede uno enamorar sin vivirlo, acaso? Nunca supe para qué sirven las preguntas retóricas, si en el fondo desean ardientemente ser respondidas o si simplemente nos dejan conviviendo con nuestro propio miedo a la libertad, como unos imbéciles. Qué será el miedo a la libertad, ahí vamos otra vez. Todas las preguntas retóricas encierran en sí mismas no las respuestas que podemos responder sino las que no queremos escuchar. Te dejo el conflicto, si acaso la lucidez repentina aplica, y lo vamos resolviendo sin mirarnos, sin decirnos, sin casi enterarnos.

De este lado


          Es imposible hablar de San Telmo y Chacarita y no mirarnos de frente. Es imposible tomar la línea B y creer que puedo olvidarte. Alem sos vos, yo soy Lacroze. Somos dos personajes con una historia única y anónima en la inmesidad de Buenos Aires. Pero esta vez no hay alcohol que salve. No anestesia porque estás presente en cada sabor, en cada combinación etílica. Nos resfrescamos en vino blanco y besos. Hicimos la plancha en gin y amor. El verano fue intenso y el invierno nos destrozó.
          Tu viento a favor, tu vela desplegada, tu cruce a través del umbral el miedo. Yo me quedé de este lado, agazapada a pesar mío, me quedé conmigo que a lo lejos no era buen augurio.  Confirmo en silencio lo peor que descubriste con el tiempo: cobarde. Me congela el sudor, innegable. No sabía cuánto iba a entristecer.
       

Sin darnos cuenta


          El paso del tiempo se medía en las cosas que nos acusaban desde su mentirosa insignificancia. El aire acondicionado pasó de frío a calor, comenzamos a dormir con ropa e inauguramos la vista de películas bajo la manta y enroscadas las piernas como si realmente eso nos salvara del frío y la soledad. El cepillo de dientes empezó a pedir a gritos cambio, mis cosas en tu baño despertaban dudas y sospechas; las tuyas en el mío, también. La base tropical que soñamos juntas comenzó a compartir protagonismo con la otra casi al final del recorrido de esa línea roja y ahí los nuevos colores, el patio damero, otros rituales y tiempos. La comida cambió, cambiaron los sabores y las temperaturas, cambiaron las canciones y las luces. Cambió todo. Vos y yo también comenzamos a cambiar. De a poco, casi sin darnos cuenta. Nunca tuve el coraje para llevarme todo lo que ya no me pertenecía.

Más cerca de todo

          Conozco el sonido de la escalera que nos lleva hasta tu habitación, donde reímos y lloramos, amamos y vencemos, coqueteamos con la noche y desterramos las mañanas. Escucho tus pasos, esta epifanía valdría nuevos altares. Ya era tiempo de desanudarte de las sábanas y anudarte a mí.
          Es hora de salvarnos de los tapujos y devolvernos la osadía. Es el momento de hacer silencio y respirarnos. Es el instante justo para decir te quiero y que por tus ojos pase la tormenta que arrasa con todo y luego deja ese todo así como está la cama ahora, revuelta, amada. Yo también tengo miedo, quién pudiera no tenerlo. Ahora mismo te entero de que cada vez miento peor, cada vez tengo menos engaños y más desnudeces. Por ejemplo, he perdido toda capacidad de engañar a mi deseo. Mi deseo que te mira y tirita; mi deseo que te huele y se confiesa completamente incapaz de nadie más; mi deseo a los pies de tus ojos, expectante de tus parpadeos, convencido de vos.
          Y bien sabés, tanto como yo, que estamos más cerca de todo que de nada.

Coincidir

          Tu nombre tiene historia. No sólo historia sino una, algo que en tu construcciones verbales sólo me permito corazonar. La estás dejando asomar entre cada una de tus vetas, pero lo dijo en voz baja a ver si todavía te das cuenta, algunas las rescatás del pasado y vienen atadas con hilos finos, sí, esos. Cada letra que conforma tu nombre tiene un capítulo amarrado, algún dolor, tu sonrisa e indicios. Yo no pregunto, sería inconveniente desarropar la memoria justo ahora. No creo que estemos en condiciones de abordar tan demandante empresa.
          Entonces, así en el silencio, detrás de la guitarra y anudada en tu sillón, me conformo con mirarte, con o sin ropa, vos o yo, casi da lo mismo porque cuando yo no tengo ropa, vos tampoco la tenés. Siempre coincidimos en eso. Es tan lindo coincidir en la desnudez, en la puntual y en la general, o mejor dicho, en la que se ve y en la que no, o todavía mejor dicho, en la corporal y en la de más adentro. En esa, sobre todo en esa, te quiero.