Esa deformidad

No podrías saber cómo fue verte la primera vez, a menos que me preguntaras. Yo digo que tímida, vos decís que no, que como quien no quiere la cosa deslicé un beso por tu cuello y yo me tengo que esforzar para visualizarlo. Vos no podrías saber todas las cosas que pensé y despensé en ese instante, tenía las ganas rodeadas de claridad y sólo preguntas en la posibilidad de que fueras el rayo. Hoy pienso yo que el amor es una deformidad, en su sentido más etimológico. Nos aleja de la forma propia, nos pone en riesgo porque acerca una nueva, que en este caso es la tuya, que a veces ignoro y tengo que aprender mientras vos aprendés la mía, también sumida en la ignorancia. Pero tenés que querer aprenderte la mía, tenés que quererlo y tenés que convencerme de querer hacerlo. Parece un giro de trescientos sesenta grados pero es más bien una cinta de Moebius, creo, como el amor.

Ustedes

Hay tipos de cielos que me envuelven en nostalgias antes desconocidas. Por ejemplo el cielo de nubes indiferentes a la súplica del viento, que se aferran de algún lado y no parecen dispuestas a ceder ni un centímetro, bien blancas, formadas de algo que casi parecería algodón aunque me quiera convencer de lo imposible de esa idea. No puede ser que no puedan tocarse, tenerlas entre las manos, descubrirles formas. Vos y esas nubes.

El incendio

No podemos sólo las canciones y los poemas porque correríamos el riesgo de ser también la novela, esa que algún día cumpliría cincuenta años y le arruinaría la vida a una generación entera porque amores así no existen y menos mal. Pero mientras tanto, la inocencia y ternura de los niños que hablan como poetas, las canciones en trescuartos y bombo legüero y si canta Chavela, mejor. Yo te acaricio la espalda. El incendio nos hace justicia.