Imperturbable

          Alguna vez hace muchos años en las épocas de miamor y testraño, teníamos una convicción infranqueable, éramos algo que todavía sabía jugar sin daños colaterales ni adeudos impensados, con riesgo de algún que otro disco o poemario escurriendo alcohol y olvido. Podrás creer que así empezó todo, así, evocándote una noche solitaria, casi sobre esta misma alfombra, con una computadora, con otra tristeza de labios recientes, qué insania que los besos nunca dejen de ser recientes, una noche como ésta sin saber mucho de nada y nada de todo, más ajena a mí, tan diferente a hoy adueñada de esta piel y esta temperatura, señora de cada madriguera donde he disfrutado esconderme durante tantos años, cuevas funcionales desde donde te dibujé con pulso firme y aliento nuevo, cada vez. Pánico describe lo impensable de volver a miamorarnos y testrañarnos, ya no podemos nada sin daños a terceros ni desnudar la insolvencia, estamos en punto muerto, el gesto magro es celebrarte poco más de cuatro años después de que me dieras razones para bautizar una buhardilla saturada de morriña, rendida a la melancolía. Acá descubrí todo de mí, lo atávico y lo quebradizo, que ser alguien más podía toparme con la manera de ser más yo que nunca, descrubrir pacientemente el pulso, no temerle al buen tino, desarmar las trincheras de embuste y abrazarme desnuda en el espejo, fiel como jamás e incapaz de traicionarme. De manera imperturbable. Si te lo debo, te pago con todo mi amor, aquel que nunca más volveré a reconocerte cara a cara.

Como si nada

         Con esas cosas no se juega. Se es o no se es dijo uno una vez, lo dijo como al pasar pero nos quedamos todos enganchados de eso,  agazapados en la duda de ser o no ser con la fatal consciencia de que esa es la cuestión. Entonces, entenderás que no pude hacer caso omiso a tu declaración, un comentario que muchos podrían considerar insignificamente inofensivo y otros, altamente peligroso. Yo estoy dentro del segundo grupo y me resulta muy sospechoso que no lo sospecharas. Develaste aquello que no debías en el peor de los momentos, a mi segunda copa, a tu sexto sorbo, a la quinta canción del segundo disco, a la hora de enamorarse. Como si nada, como si hablar de Waits, Alice in chains y lo mal que sonaba la guitarra de Carl Barat hasta que el sonidista se acordó de subirla, no hubiese sido suficiente, como si no hubieses sabido que esas no son cosas de las que hablan los civiles por lo general, y así, entre la luz tenue y las guitarras de Mayer inundando el living deslizaste que preferías el bajo tocado con púa antes que con dedos y yo abriendo los ojos bien grandes sin poder dar crédito a lo que escuchaban mis oídos y vos acomodándote el pelo porque nada había sucedido realmente y creo que nunca entendiste la dimensión de lo que acababas de hacer hasta que preguntaste qué y yo te respondí con otro qué y vos qué de qué y yo me agarré la cabeza y entonces necesitaste que te contara que eso que acababas de declarar no era tan común como pensabas y, en definitiva, hay cosas con las que no se juega y se es... o no se es.