Maldita Retórica

          Tengo millares de discursos estéticos, filosóficos y algunos inclasificables, pero cuando camino sola por Calle Corrientes, por ejemplo, me llamo al silencio porque ya no encuentro excusas. Tengo el corazón en tu diván. O mejor dicho, enreverado de palabras y en tu diván. No se puede vivir sin enamorarse. ¿Se puede uno enamorar sin vivirlo, acaso? Nunca supe para qué sirven las preguntas retóricas, si en el fondo desean ardientemente ser respondidas o si simplemente nos dejan conviviendo con nuestro propio miedo a la libertad, como unos imbéciles. Qué será el miedo a la libertad, ahí vamos otra vez. Todas las preguntas retóricas encierran en sí mismas no las respuestas que podemos responder sino las que no queremos escuchar. Te dejo el conflicto, si acaso la lucidez repentina aplica, y lo vamos resolviendo sin mirarnos, sin decirnos, sin casi enterarnos.