Conozco el sonido de la escalera que nos lleva hasta tu habitación, donde reímos y lloramos, amamos y vencemos, coqueteamos con la noche y desterramos las mañanas. Escucho tus pasos, esta epifanía valdría nuevos altares. Ya era tiempo de desanudarte de las sábanas y anudarte a mí.
Es hora de salvarnos de los tapujos y devolvernos la osadía. Es el momento de hacer silencio y respirarnos. Es el instante justo para decir te quiero y que por tus ojos pase la tormenta que arrasa con todo y luego deja ese todo así como está la cama ahora, revuelta, amada. Yo también tengo miedo, quién pudiera no tenerlo. Ahora mismo te entero de que cada vez miento peor, cada vez tengo menos engaños y más desnudeces. Por ejemplo, he perdido toda capacidad de engañar a mi deseo. Mi deseo que te mira y tirita; mi deseo que te huele y se confiesa completamente incapaz de nadie más; mi deseo a los pies de tus ojos, expectante de tus parpadeos, convencido de vos.
Y bien sabés, tanto como yo, que estamos más cerca de todo que de nada.
Coincidir
Tu nombre tiene historia. No sólo historia sino una, algo que en tu construcciones verbales sólo me permito corazonar. La estás dejando asomar entre cada una de tus vetas, pero lo dijo en voz baja a ver si todavía te das cuenta, algunas las rescatás del pasado y vienen atadas con hilos finos, sí, esos. Cada letra que conforma tu nombre tiene un capítulo amarrado, algún dolor, tu sonrisa e indicios. Yo no pregunto, sería inconveniente desarropar la memoria justo ahora. No creo que estemos en condiciones de abordar tan demandante empresa.
Entonces, así en el silencio, detrás de la guitarra y anudada en tu sillón, me conformo con mirarte, con o sin ropa, vos o yo, casi da lo mismo porque cuando yo no tengo ropa, vos tampoco la tenés. Siempre coincidimos en eso. Es tan lindo coincidir en la desnudez, en la puntual y en la general, o mejor dicho, en la que se ve y en la que no, o todavía mejor dicho, en la corporal y en la de más adentro. En esa, sobre todo en esa, te quiero.
Entonces, así en el silencio, detrás de la guitarra y anudada en tu sillón, me conformo con mirarte, con o sin ropa, vos o yo, casi da lo mismo porque cuando yo no tengo ropa, vos tampoco la tenés. Siempre coincidimos en eso. Es tan lindo coincidir en la desnudez, en la puntual y en la general, o mejor dicho, en la que se ve y en la que no, o todavía mejor dicho, en la corporal y en la de más adentro. En esa, sobre todo en esa, te quiero.
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